Los primeros días me mordiste, atacaste a mis gatos, te echaste al cuello de mi perra... te vi feroz.
Tu carácter se transformaba cuando había comida por medio... habías pasado tanta hambre... esas costillas marcadas lo decían todo.
Al poco tiempo (poquísimo) aprendiste que hay que respetar a los que te rodean, que conviven contigo y que vamos en el mismo barco.
Has aprendido a compartir, a esperar, a jugar, a disfrutar de la hierba fresca, a que ya no vas a pasar hambre, ni frío, ni soledad...
Incluso has aprendido a que un gato te dé lametones y a devolvérselos y dormir juntitos en cama. En la mía, por cierto.
Has aprendido a que las necesidades se hacen fuera de casa, siempre es más emocionante. A ir en coche mirando a través de la ventanilla, a pasear con amigos (gracias, Andrea), a que te limpie las orejas, a que te rasque la barriga, a coger las zapatillas , los calcetines sucios y llevártelos al sofá donde los chupeteas y muerdes... bueno, esto igual que se aprende se te pasará al crecer un poco más, no te preocupes.
Y has descubierto que de la manguera sale agua fresquita con la que te encanta jugar, ah... y del bidé también. Hay tanta gente en el baño a primera hora de la mañana...
Nos va a costar separarnos de ti, mi pequeña Janis Joplin, tan rebelde al principio, tan emocional, tan dulce y cariñosa, con tanta paz que ofrecer...
¿Quién te dará tu hogar definitivo, tu siguiente paso? Sólo alguien que te merezca de verdad. Tú vales mucho... no sé cuánto porque no tienes precio...
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